20/08/2015 “De procrastinación, engaños y mentiras”
La Voz del Interior. Columna de opinión de Daniel Gattás, docente de la UBP.
Link: De procrastinación, engaños y mentiras
*Daniel Gattás, Docente de las universidades Nacional, Católica y Blas Pascal.
Ante cada situación problemática que aparece, esta es solucionada con parches, lo que permite disimular en parte la impericia en la gestión de gobierno y su falta de previsión.
Más allá de las urgencias propias de las campañas electorales y de las necesidades que tienen los candidatos de quedar “bien” con el electorado para conseguir votos que les otorguen alguna cuota de poder, es una verdad de perogrullo que los argentinos tenemos serias dificultades para imaginar, acordar y trabajar pensando en un futuro a mediano y largo plazo.
Dicho de otra manera, nuestro país está infectado de cortoplacismo; es decir, de gobernantes que sólo buscan soluciones cuando los problemas están encima de la población y la agobian. Obviamente, se preocupan aún más cuando algún hecho desgraciado, fácil de prever para miradas responsables, pone en riesgo su carrera política.
Así, ante cada situación problemática que aparece, esta es solucionada con parches, lo que permite disimular en parte la impericia en la gestión de gobierno y su falta de previsión ante acontecimientos dolorosos que ya no tienen retorno.
Lo curioso es que ante la crítica, los verdaderos victimarios, lejos de reconocer sus errores, recurren al artilugio de utilizar sofismas tramposos y a una publicidad casi promiscua pagada por todos los contribuyentes, con el propósito de disfrazar su propia ineficiencia. El objetivo: engañar a la ciudadanía ubicándose en el rol de víctimas de alguna confabulación mafiosa que quiere esmerilar su gestión y sus buenas intenciones.
Sin ánimo de cargar tintas, el caso de las inundaciones en la provincia de Buenos Aires es sólo un ejemplo de ello, ya que estas conductas se repiten en la gran mayoría de las administraciones, tanto a nivel nacional como a escala provincial y municipal.
Claro, asumir responsabilidades y errores aparece como una muestra de debilidad frente a los opositores, razón por la cual es mejor negocio dejar a un lado una estrategia integral a largo plazo, reemplazándola por otra de corto plazo que genere simpatía en la población, para lograr la popularidad necesaria para enfrentar con éxito los compromisos electorales.
Es lo que se conoce como “procrastinación”, fenómeno que se ha convertido en una endemia de la clase política argentina. Consiste en postergar de manera sistemática aquellas tareas que se deben poner en marcha debido a que son cruciales para el desarrollo y el cuidado de nuestra gente, reemplazándolas por otras irrelevantes pero más placenteras y que consiguen un interesante rédito político.
Los “procrastinadores” suelen sobreestimar el tiempo que les queda para realizar una tarea, por lo cual no se ocupan de avanzar en determinadas obras neurálgicas, o bien subestiman el tiempo y los recursos disponibles para realizarla, con igual resultado. Estos son algunos de los autoengaños en los que el procrastinador incurre como producto de una falsa sensación de autocontrol y seguridad, postergando día a día tareas impostergables y distrayendo recursos hacia otras actividades más redituables, con las consecuencias que ya conocemos.
Algunos lo asemejan al “populismo”, porque implica desestimar el compromiso intergeneracional con los ciudadanos de cara hacia un futuro complejo, eligiendo una asignación ineficiente de recursos públicos para cuestiones más banales, los que les permite quedar como héroes bondadosos que luchan contra los villanos.
Cerca y lejos
Ahora bien, ¿por qué nos cuesta tanto a los ciudadanos concentrarnos en el futuro? ¿Por qué permitimos que nos engañen? ¿Por qué preferimos esconder los problemas a que nos digan la verdad y enfrentarlos de manera decidida? ¿Por qué somos cómplices conscientes?
Quizás la clave se encuentre en un estudio llevado a cabo por científicos de las universidades de Stanford y Pensilvania publicado por la revista PNAS , que revela que renunciar a una recompensa inmediata en detrimento de otra mejor en el futuro es difícil y requiere fuerza de voluntad y convicción, porque supone la complejidad de luchar en nuestro interior contra el placer que nos proporciona la acción actual.
Además, requiere excluir de nuestra mente los posibles costos de esa decisión a largo plazo. Por ejemplo, en esa lógica hedonista, consumir menos hoy con el objetivo de ahorrar se transforma casi en un acto altruista, porque no asumimos que buena parte de nuestro fugaz goce actual será el responsable de nuestros problemas futuros.
Según el estudio, el hecho de elegir el mejor premio, aunque sea lejano, no se asocia con una mayor activación de las regiones cerebrales relacionadas con la fuerza de voluntad, y como sentimos que el “yo” futuro todavía no llegó y tiene tiempo, es difícil encontrar quién lo defienda.
Los hechos trágicos suelen sacudir a las sociedades, las conminan a trabajar de forma preventiva pensando en las próximas generaciones y les permiten escalonar prioridades. Pero en una sociedad moderna y responsable no hace falta una desgracia para prever y planificar, simplemente porque va delante de los acontecimientos.
Sin dudas, las elecciones serán una buena excusa para exigir a aquellos que quieren conducir los destinos de nuestro país que nos expliquen –más allá de la publicidad que apela a cuestiones afectivas– cómo van a resolver los problemas de nuestro país y cuál será su escala de prioridades de cara al futuro.